martes, 30 de octubre de 2012

POEMA


Dedicado a Rüdiger Safranski (seudónimo)



 TUS  CINCO TORITOS NEGROS 


Contra mis cinco sentidos,
tus cinco toritos negros:
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco
tu cuerpo, torito negro.

Barreras puse a mis ojos,
tus ojos me las rompieron.
Barreras puse a mis manos,
les hizo sombra tu pelo.
Barreras puse a mi boca,
tu boca les prendió fuego.
Puse mi beso en barreras,
tu beso las hizo leño.
Y puse duras barreras
de zarzamora al recuerdo
y saltó sobre las zarzas
tu cuerpo, torito negro.
Deja, que no quiero verte.
Déjame que no te quiero.

Y luego monté mis ojos
sobre un caballo de miedo.
Tus ojos me perseguían
Como dos toritos negros.
Y luego metí mis manos
bajo un embozo de fuego;
tu pelo se me enredaba
como un torito negro.
Y luego junté mi boca
contra la cal de mi encierro.

Tu boca estaba acechando
igual que un torito negro.
Y luego mordí mi almohada
para contener mi beso,
tu beso me corneaba
igual que un torito negro.


Y luego arañé mi carne
de tentación y deseo
para que no me gritara
que yo te estaba queriendo.
Y tu cuerpo encandilado
mimbre, luna, bronce y fuego
se me plantó ante los ojos
igual que un torito negro.

Deja, que no quiero verte.
Déjame, que no te quiero
El aire del cuarto estaba
temblando con tu recuerdo.
Cien caballos por mis venas
a galope por mi cuerpo
y yo jinete sin rienda
luchando por contenerlos.
Cien herreros en mi boca
trabajando con mis besos,
y yo queriendo ser fragua
para poder deshacerlos.
Cien voces en mi garganta
gritándome que te quiero,
y yo, mentira infinita,
gritando que no te quiero.

Salí por aire al balcón...
me tropecé con el cielo.
Aquel cielo quieto y hondo,
verde, blanco, azul y negro,
igual que el de aquella noche
de nuestro primer encuentro
en que me hirieron, al paso,
tus cinco toritos negros.

Y me acordé de aquel aire
que jugaba con tu pelo
como un niño a quien le gustan
los caracolillos negros.

Y me acordé de aquel rayo
de luna, fino y torero,
que puso dos banderillas
de luz en tus ojos negros.
Y de aquel dolor de labios
que nos quedó de aquel beso,
y de aquel dolor de brazos
y de aquel dolor de huesos
y de aquella caracola
de amor, que quedó por dentro
como un mar de amor dormido:
... que te quiero... que te quiero...

Y se me escapó la voz;
grité: te quiero, te quiero.

Y ya no junté mi boca
contra la cal de mi encierro
y ya no mordí mi almohada
para contener mi beso,
y ya no metí mis manos
bajo un embozo de fuego.
Junté mi beso a tu boca,
junté mi boca a tu beso,
y otra vez aquel dolor
y aquel temblor de recuerdos
pensando en aquella noche
de nuestro primer encuentro.

Te quise siempre, te quise,
te quiero siempre, te quiero.
Aunque no puedo quererte,
Te quiero. Aunque no debo quererte,
Te quiero. Aunque en cunas de tu casa
Se está meciendo un almendro,
Te quiero. Aunque tú tienes dos lirios
Que se te cuelgan del cuello,
Te quiero, te quiero.
Y aunque ponga más barreras
de zarzamora al reduerdo
para que nunca las salten
tus cinco toritos negros,
torito negro tus ojos,
torito negro tu pelo,
torito negro tu boca,
torito negro tu beso,
y el más negro de los cinco,
tu cuerpo, torito negro,
te quise siempre, te quise,
te quiero siempre, te quiero.

Manuel Benítez Carrasco
I

viernes, 26 de octubre de 2012

lunes, 22 de octubre de 2012

SAMPERIO

La Señorita Green



Esta era una mujer, una mujer verde, verde de pies a cabeza. No siempre fue verde, pero algún día comenzó a serlo.
No se crea que siempre fue verde por fuera, pero algún día comenzó a serlo, hasta que algún día fue verde por dentro y verde también por fuera. Tremenda calamidad para una mujer que en un tiempo lejano no fue verde.

Desde ese tiempo lejano hablaremos aquí.
La mujer verde vivió en una región donde abundaba la verde flora; pero lo verde de la flora no tuvo relación con lo verde de la mujer. Tenia muchos familiares; en ninguno de ellos había una gota de verde. Su padre, y sobre todo su madre, tenían unos grandes ojos cafés.
Ojos cafés que siempre vigilaron a la niña que algún día seria verde por fuera y por dentro verde. Ojos cafés cuando ella iba al baño, ojos cafés en sus dormitorio, ojos cafés en la escuela, ojos cafés en el parque y los paseos, y ojos cafés, en especial, cuando la niña hurgaba debajo de sus calzoncillos blancos de organdí. Ojos, ojos, ojos cafés en cualquier sitio.

Una tarde, mientras imaginaba que unos ojos cafés la perseguían, la niña se cayo del columpio y se raspo la rodilla. Se miro la herida y, entre escasas gotas de sangre, descubrió lo verde.
No podía creerlo; así que, a propósito, se raspo la otra rodilla y de nueva cuenta lo verde. Se tallo un cachete y verde. Se lleno de raspones y verde y verde y nada mas que verde por dentro. Desde luego que, una vez en su casa, los ojos cafés, verdes de ira, la nalguearon sobre la piel que escondía lo verde.

Mas que asustarse, la niña verde entristeció. Y, años después, se puso a un mas triste cuando se percato del primer lunar verde sobre uno de sus muslos. El lunar comenzó a crecer hasta que fue un lunar del tamaño de la jovencita. Muchos dermatólogos lucharon contra lo verde y todos fracasaron. Lo verde venia de otro lado. Verde se quedaría y verde se quedo. Verde asistió a la preparatoria, verde a la universidad, verde iba al cine y a los restoranes, y verde lloraba todas las noches.

Una semana antes de sus graduación, se puso a reflexionar ”los muchachos no me quieren porque temen que les pegue mi verdosidad; además, dicen que nuestros hijos podrían salir de un verde muy sucio, o verdes del todo. Me saludan de lejos y me gritan: `adiós, señorita Green` y me provocan las mas tristes verdes lagrimas. Pero desde este día usare sandalias azul cielo, aunque se enojen los ojos café. Y no me importara que me digan señorita Green porque llevare en los pies un color muy bonito”

Y así, esa misma noche, la mujer verde empezó a pasear luciendo unas zapatillas azules que les recordaban el mar y las tardes de cielo limpio a quienes las miraba. Aunque dijo `un color muy bonito` un tanto cursi y verdemente, sin imaginar lo que implicaba calzarse unas sandalias azules, la suerte le cambio.
Cuando la mujer verde pasaba por los callejones mas aburridos, la gente pensaba en peces extraños y en sirenas atractivas; una inesperada imaginación desamodorraba las casas.

-Gracias, Mujer Verde- le gritaban a su paso

Si la mujer verde salía a dar la vuelta en la madrugada, aquellos que padecían insomnio llenaban sus cabezas con aleteos alegres y cantos de aves y vuelos en cielos donde la calma reposaba en el horizonte; luego, dormían soñando que una mujer azul les acariciaba el pelo.

Pronto, la fama de la mujer verdiazul corrió por la ciudad, y todos deseaban desaburrirse, o curarse el insomnio, o tener sueños fantásticos, o viajar al fondo del cielo azul.

Una tarde, mientras la mujer verde descansaba en su casa, tocaron a la puerta. Ella se arregló su verde cabello y abrió. En el quicio de la puerta se encontraba un hombre, un hombre violeta, violeta de pies a cabeza. Se miraron a los ojos. La mujer verde vio un dragón encantador. El hombre violeta vio una cascada de peces. El hombre violeta se acercó a la mujer verde y la mujer verde se acercó al hombre violeta. Entonces, un dragón violeta voló hacia la cascada y ahí se puso a jugar hasta que se dejo ir en la corriente de peces, Luego cerraron la puerta.

Guillermo Samperio

miércoles, 17 de octubre de 2012

R. S.


Para Rüdiger Safranski -seudónimo-. Gracias por  tocar mi cuerpo con la suavidad de tus dedos mágicos. Hoy está vivo de nuevo.