lunes, 20 de junio de 2011


Añadir imagenCORAZÓN DE PAPEL

"Si no vas a volver,
que aprendas a querer.
Y que sepas a quién,
corazón de papel".

Fragmento del Vals de amor de Zitarrosa, mi querido Zitarrosa.

Y cuando canta, su voz se quiebra --o eso me parece-- en la parte que dice: "corazón de papel", y me pregunto si estuvo a punto de llorar cuando le grabaron esa canción, ¿cómo sería esa mujer que tenía un corazón de papel?, ¿cómo fue posible que no amara a Zitarrosa?

En mi vida: ¿a cuántos corazones de papel he amado?

(Aclaro: no me interesa que nadie vuelva conmigo cómo dice el principio de la canción, lo que subrayo es una imagen que me gusta: "corazón de papel" , que si pudiera representar los corazones de quiénes se han acercado amorosamente a mi, serían de papel de arroz o de papel de china blanco: así de frágiles y volátiles)

Emma Shapplin: La notte eterna
http://www.youtube.com/watch?v=PKYMdrO47EA&NR=1

lunes, 13 de junio de 2011

EL ENAMORAMIENTO ES UN ENGENDRO


¿Será el enamoramiento un engendro? Creo que sí, amar a un hombre es tener un engendro dentro del cuerpo. Fantasía estúpida/ilusión falsa e ingenua. La cultura realizó su misión y yo, al seguirla, fui responsable de hacer mías las expectativas de la sociedad, aprendidas, malditamente aprendidas; manipuladas, malditamente manipuladas. Me repito, ¿realmente necesito una contraparte? ¿Requiero de verdad a un hombre como compañero?, ¿para resolverme qué? Es mejor tapar los huecos de mi vida de otra manera. ¿Puede suceder que el cariño de mis amigos me haga voltear la mirada sólo hacia ellos? De seguro eso lastima menos: o no lastima para nada si están bien escogidos. Cada vez me rebelo más a vivir esa melcocha inventada que tiene el desencanto como consecuencia infalible; rechazo vivir prendida de una mentira, o ser yo quien me prenda a una mentira para poder vivir: elaborar la imagen de la nube para que después se evapore, o que llore porque las hadas jamás existieron. Busqué el amor, y llegó siempre con presagios de desamor. Viví como una ilusa, llena de fantasías para tapar un poco mi realidad. Deseo ser una desenamorada el resto que me queda de vida.

¿Quién puede aguantar tanto sin rendirse? He sido como la mosca que se golpea contra el vidrio constantemente porque cree que puede atravesarlo, que esa es la salida verdadera... El amor de un hombre lo he visto como el paisaje que se encuentra afuera de ese vidrio y he querido salir para encontrarme con sus brazos ¡Vidrio, sólo vidrio y golpes! Un cambio de paradigma para mi es necesario, completamente necesario. Punto final a mis quimeras.

Foto de Noomi Rapace como Lisbeth Salander, en la película "Los hombres que no amaban a las mujeres" de la trilogía Millenium

sábado, 11 de junio de 2011

SALANDER




¡Qué personaje el de Lizbeth Salander en la triada de la película sueca Millenium! ¡Fantástica!
¡Para verla mil veces! Destruye de manera absoluta ese triste estereotipo de mujer romántica o que espera que un hombre la salve! ¿La salve?, ¿de qué? Admiro a Noomi Rapace, la actriz. Me encantan desde los tres títulos de cada película: Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina; y por último, La reina en el palacio de las corrientes de aire. ¡Mis respetos al cine que presenta a mujeres ASÍ!: una completa vuelta de tuerca. Director: Stieg Larsson.

jueves, 9 de junio de 2011

CUENTO DE LEONORA CARRINGTON



LA DEBUTANTE

En la época que fui debutante, solía ir a menudo al parque zoológico. Iba tan a menudo que conocía más a los animales que a las chicas de mi edad. Era porque quería huir del mundo, por lo que me hallaba a diario en el zoológico. El animal que mejor llegué a conocer fue una hiena joven. Ella me conocía a mí también. Era muy inteligente. Le enseñé a hablar francés y a cambio ella me enseñó su lenguaje. Así pasamos muchas horas agradables.
Mi madre había organizado un baile en mi honor para el primero de mayo. ¡Lo qué sufrí durante noches enteras! Siempre he aborrecido los bailes; sobre todo los que se daban en mi honor.
La mañana del uno de mayo de 1934, fui muy temprano a visitar a la hiena.
-¡Qué asco! -le dije-. Esta noche me toca asistir a mi baile.
-Tienes suerte -dijo ella-; a mí me encantaría ir. No sé bailar, pero en cambio sabría mantener una conversación.
-Habrá muchas cosas de comer -dije-. He visto llegar a casa carros repletos de comida.
-Y aún te quejas -replicó la hiena con desaliento-. Mírame a mí: yo sólo como una vez al día, y me tienen jeringada con tanta bazofia.
Se me ocurrió una idea audaz; estuve a punto de echarme a reír.
-No tienes más que ir en mi lugar.
-No nos parecemos lo bastante; si no, con gusto iría -dijo la hiena un poco triste.
--Escucha -dije-, con las luces de la noche no se ve muy bien. Con que te disfraces un poco, nadie se fijará en ti en medio de la multitud. Además, tenemos casi la misma estatura. Eres mi única amiga; anda, hazlo por mí. Por favor.
Se puso a pensar en esta posibilidad. Comprendí que estaba deseosa de aceptar.
-De acuerdo -dijo de repente.
No había muchos guardianes cerca, dado lo temprano de la hora. Abrí rápidamente la jaula, y en un instante estuvimos en la calle. Llamé un taxi. En casa, todo el mundo estaba aún en la cama. Una vez en mi cuarto, saqué el vestido que debía ponerme por la noche. Era un poco largo, y la hiena andaba con dificultad con mis zapatos de tacón alto. Encontré unos guantes con que ocultarle las manos, demasiado peludas para parecerse a las mías. Cuando el sol iluminó mi habitación, la hiena dio varias vueltas alrededor, andando más o menos derecha. Estábamos tan ocupadas que mi madre, que entró a darme los buenos días, estuvo a punto de abrir la puerta antes de que la hiena se escondiera debajo de la cama.
-Esta habitación huele mal -dijo mi madre, abriendo la ventana-; antes de esta noche date un baño con mis nuevas sales.
-Por supuesto -le dije.
No se entretuvo mucho. Creo que el olor era demasiado fuerte para ella.
-No te retrases para el desayuno -dijo al irse.
Lo más difícil fue encontrar un disfraz para la cara de la hiena. Estuvimos buscando horas y horas: rechazaba todas mis sugerencias. Por fin dijo:
-Creo que he encontrado la solución. ¿Tenéis criada?
-Sí -dije, perpleja.
-Pues verás: vas a llamar a la criada; cuanto entre, nos lanzamos sobre ella y le arrancamos la cara; llevaré su cara esta noche en lugar de la mía.
-No lo veo muy práctico -dije yo-. Probablemente se morirá en cuanto pierda la cara: alguien encontrará su cadáver, y nos meterán en la cárcel.
-Tengo la suficiente hambre como para comérmela -replicó la hiena.
-¿Y los huesos?
-También -dijo-. ¿Te parece bien?
-Sólo si me prometes matarla antes de arrancarle la cara. Si no, le va a doler demasiado.
-Bueno, eso me da igual.
Llamé a Marie, la criada, no sin cierto nerviosismo. Desde luego, no lo habría hecho si no odiara tanto los bailes. Cuando entró Marie, me volví de cara a la pared para no verlo. Debo reconocer que no tardó nada. Un breve grito, y se acabó. Mientras la hiena comía, estuve mirando por la ventana. Unos minutos después, dijo.
-Ya no puedo más; aún me quedan los pies, pero si tienes una bolsa, me los comeré más tarde, a lo largo del día.
-En el armario encontrarás una bolsa bordada con flores de lis. Saca los pañuelos que tiene y quédatela.
Hizo lo que le había indicado. A continuación, dijo:
-Date la vuelta ahora y mira qué guapa estoy.
Delante del espejo, la hiena se admiraba con el rostro de Marie. Se lo había comido todo cuidadosamente hasta el borde de la cara, de forma que quedaba justo lo que le hacía falta.
-Es verdad -dije-; lo has hecho muy bien.
Hacia el atardecer, cuando la hiena estuvo completamente vestida, declaró:
-Me siento en plena forma. Me da la impresión de que voy a tener un gran éxito esta noche.
Después de oír un rato la música de abajo, le dije:
-Ve ahora, y recuerda que no debes ponerte junto a mi madre: seguramente se daría cuenta de que no soy yo. Aparte de ella, no conozco a nadie. Buena suerte -le di un beso para despedirla, aunque exhalaba un olor muy fuerte.
Se había hecho de noche. Cansada por las emociones del día, cogí un libro y me senté junto a la ventana, entregándome a al paz y el descanso. Recuerdo que estaba leyendo Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift. Al cabo de una hora, quizá, surgió el primer signo de inquietud. Un murciélago entró por la ventana profiriendo grititos. Los murciélagos me dan un miedo espantoso. Me escondí detrás de una silla, castañeteándome los dientes. Apenas me había arrodillado, cuando un gran ruido procedente de la puerta sofocó el batir de alas. Entró mi madre, pálida de furia.
-Acabábamos de sentarnos a la mesa -dijo-, cuando el ser ese que ha ocupado tu sitio se ha levantado gritando: "Con que mi olor es un poco fuerte, ¿eh? Pues no como pasteles." A continuación se ha arrancado la cara y se la ha comido. Después ha dado un gran salto y ha desaparecido por la ventana