lunes, 30 de julio de 2018

TESTIMONIO

Desde que tengo memoria, siempre pensé que había venido al mundo fallada. Sigo teniendo la sensación o la certeza de creer que me sobran emociones. Que traje una malformación genética atípica, la cual me condena a sentir extremadamente cualquier circunstancia de la vida. La mía y la de los demás.
Mucho tiempo pensé que sentir era mi cruz. Sentir. Sentir por demás y totalmente fuera de contexto. Sentir de más, me ataba a todos los corazones del mundo que no podía ni siquiera ordenar bajo ningún criterio. Todos daban igual. Al fin y al cabo eran todos corazones. 
La gente me repetía, casi como un mantra y dándome su pésame, que el problema era mi bondad. “Lo que pasa es que vos sos muy buena, Lorena”. Como si ese fuera el peaje que tenía que pagar frente al desamor o las malas intenciones de los demás. Mi "ser buena" era una forma casi elegante, pero ya trillada, de decirne que era muy boluda. 
Fui creyendo, entonces, que mi virtud era mi defecto. Me lo cuestioné durante años. Pedía silenciosamente y entre mocos, que no me doliera tanto. Que no me emocione tanto. No sentir tanto, eso pedía.
En un mundo donde te repiten que ser buena no garpa, te terminás creyendo que el equivocado sos vos. En definitiva, y ya como una obviedad, supe entender que era una verdad asumida. La gente se aprovecha de la sensibilidad del otro. Utiliza la vulnerabilidad para descargar sus miserias sin piedad.
Es así. Todos saben de lo que hablo. Pero quiero decir algo importante. Muy muy importante: 
Siempre lo supe. Siempre los vi. Siempre me di cuenta. No soy ni fui ninguna boluda. Los miraba. Los miro. Y un poco mordiéndome los labios, elijo seguir siendo yo a pesar de eso. 
No voy a transformarme en quien no soy para estar a la altura de las circunstancias de los demás. Llamame boluda. Inocente. Lo que sientas. Pero todas las noches me voy a dormir con la mano en el corazón. Y me alcanza y me sobra.
Conozco las caras de los que me lastimaron alguna vez. Claro que lo sé. Pero la mano en el corazón, me sana y me salva de ese dolor. Yo sé quien soy. No pienso transformarme en algo que no soy. No voy a atentar contra mi esencia. Si alguien me cagó, el problema no lo tengo yo. Lo tiene ese alguien. Y él sabrá dónde poner su mano cuando se vaya a la cama a dormir. 
Yo no voy a convertirme en una estratega en materia del amor. No voy a utilizar mi astucia en las cosas del alma. Y no por boluda. No voy a hacer un croquis de las relaciones humanas, simplemente por una razón. Porque no quiero. No quiero. 
Mi mano en el corazón acompaña mi respiración. Hice lo que pude. A veces di de más y a veces fui la peor del grado. Pero nunca me traicioné en un solo latido.
Acá estoy. Haciéndome cargo de las consecuencias y mirándome a los ojos en cada espejo, sabiendo que siempre fui yo. 
Hoy entiendo que mi sensibilidad es mi llave, mi motor y mi bandera. Y sobre todo, mi gran bendición. La celebro y aplaudo. Pude darme cuenta que quién me rompió un poco más, no lo hizo porque yo soy buena o boluda. Lo hizo porque quiso. 
No corrompan su esencia por nadie ni por nada. Sean lo que son. Si al final del día podés mirarte en el espejo sin bajarte la mirada, entonces a vos, te garpa. Y suficiente. Y todo. Y ya está. 
Con el tiempo uno se vuelve más grande. Más tranquilo, más sabio y comprende que los demás, son simplemente los demás.

Lorena Pronsky