martes, 18 de abril de 2017

MUJER MONTAÑA


Nací cerca del mar, una serpiente me trajo al mundo entre la arena. Me dio un nombre y me mandó a vivir. Conforme caminé por el sendero me encontré con la muerte varias veces y morí en pedazos y ya no me llamaba igual porque yo ya no era la misma.
Cambió mi cuerpo y mi voz, cambió mi mirada y mi corazón – a veces duro, a veces blando-
Y seguí caminando con mis diferentes nombres, con mis diferentes pasos. Fui mujer venado, mujer humo, mujer musgo, mujer cántaro. Y mi cabello creció y mis manos se hicieron más hábiles, tanto que pude tejer historias tanto con las gotas de lluvia como con los rayos del sol.
Aprendí a usar máscaras y a sentir culpas y remordimientos, y luego tuve que desaprender todo eso.
Recorrí desiertos y floté a la deriva no una vez, sino mil veces. Y en mis naufragios encontré fantasmas que lloraron conmigo. Y me perdí y me encontré para perderme de nuevo. Me aferré a cadáveres y me solté de ellos.
Dancé entre las lunas y dormí entre los soles. Fumé muertes y sembré vidas. Soñé luciérnagas y viví entre moscas. Me convertí en mujer águila y abrí mis alas.
Fui mujer de manos morenas y sonrisa mestiza. Me desangré hasta vaciarme para llenarme de nuevo y me llamaron vacía, y me llamaron repleta.
Me defendí del mundo y me hice coyote. Y mostré mis dientes y destacé con mis garras, después lamí mis heridas y aprendí de mis batallas. Me llamaron salvaje o me llamaron guerrera.
Corrí en cuatro patas hasta entender que no podía escapar de mi y me abracé con fuerza, y me perdoné por todo y por nada. Por la nada y para la nada.
Descuarticé la ilusión de la materia, prendí fuego a los recuerdos y me mirè al espejo:
Allí estaba yo, mujer niebla, mujer nube, mujer montaña observándose a si misma hacia dentro…

Paola Klug

viernes, 14 de abril de 2017

HOSPITAL GENERAL

Ya no escribo. Todo es insípido. A menos que escriba las historias que escucho de otras personas cuando espero mi turno, a veces de pie formando una fila, en el Hospital General de México. Nada grave, pero necesario. Muchas esperas, confusiones burocracias. Soy más frágil: son más años.

No hubo jubilación o pensión. El dinero apenas me alcanza. Me he valido de huéspedes en mi departamento. Incómodo: un solo baño. El último fue un chapucero.

Sólo estas noches tranquilas al lado de mis perros y mi gato. Saber que aún respiro. Me alegra una pequeña flor en mi camino. Me conmuevo ante la inocencia o ante una amabilidad, como aquella del joven en el metro, que hizo que llorara todo el camino hacia el hospital.

Ya no soy la que fui. Mi energía aminora y me da igual si este texto queda lindo o está escrito con letras negras predeterminadas.


martes, 4 de abril de 2017

DE JOSÉ EMILIO PACHECO

“Sábado, 8 de diciembre.

Hoy quemé tu carta. La única carta que me escribiste. Y yo he estado escribiendo (sin que tú lo sepas) día tras día. A veces con amor, a veces con desolación, a veces con rencor. Tu carta la conozco de memoria: catorce líneas, ochenta y ocho palabras, diecinueve comas, once puntos seguidos, diecisiete acentos ortográficos y ni una sola verdad.”