miércoles, 27 de mayo de 2015

ADAPTACIÓN / PARA MI



Adaptado y dedicado a mi por Rudiger Safranski (seudónimo), de un poema de Jorge Eduardo Cinto

Anda por ahí, con su atrevido miedo, portando sus sesenta y tantos, linda, leída, viajada, sensible.
Ojo con ella.
Viene de cerrar una puerta con decisión, pero sin olvido. Amó, construyó, parió, cumplió.
Dio alas a sus crías y ahora, desentumedece las suyas: ¡ahí está!: intacta, brillante, soberbia, majestuosa, soberana y curiosa. Lista para el vuelo.
Sabe de la vida.
Versada en el gesto, en el andar y en su exacta sensualidad.
Ojo con sus caderas sabias: ya se estiraron y contrajeron, se estremecieron y agitaron.
Sabe del amor, en todos sus colores, desde el rojo resplandor al mustio gris.
Sus piernas fuertes arrastran raíces todavía.
Pronta a sentir, va con una vieja canción en los labios, profunda intensidad en la mirada y delicada seguridad en la sonrisa.
Sí descubres que ya no puedes dejar de pensar en ella, entonces, ten cuidado de ahora en más, no te equivoques, no lo arruines, no le hagas promesas, no le vendas imagen, mejor exhibe tu autenticidad mas despojada.
Viene de quemar las naves y cambiar comodidad indolente por riesgo vital.
Avanza por un camino incierto, pero elegido.
En su cartera, fotos, un perfume y algunas lágrimas.
En su mirada, una decisión...
Ojo con ella…tal vez, si tienes suerte, se quedará en tu camino.

lunes, 18 de mayo de 2015

ONE ART / Elizabeth Bishop

One Art

BY ELIZABETH BISHOP
The art of losing isn’t hard to master;
so many things seem filled with the intent
to be lost that their loss is no disaster.

Lose something every day. Accept the fluster
of lost door keys, the hour badly spent.
The art of losing isn’t hard to master.

Then practice losing farther, losing faster:
places, and names, and where it was you meant
to travel. None of these will bring disaster.

I lost my mother’s watch. And look! my last, or
next-to-last, of three loved houses went.
The art of losing isn’t hard to master.

I lost two cities, lovely ones. And, vaster,
some realms I owned, two rivers, a continent.
I miss them, but it wasn’t a disaster.

—Even losing you (the joking voice, a gesture
I love) I shan’t have lied. It’s evident
the art of losing’s not too hard to master
though it may look like (Write it!) like disaster.
Elizabeth Bishop, “One Art” from The Complete Poems 1926-1979. Copyright © 1979, 1983 by Alice Helen Methfessel. Reprinted with the permission of Farrar, Straus & Giroux, LLC.

viernes, 8 de mayo de 2015

SEÑORITA GREEN / Guillermo Samperio





Esta era una mujer, una mujer verde, verde de pies a cabeza. 

No se crea que siempre fue verde por fuera, pero algún día comenzó a serlo, hasta que algún día fue verde por dentro y verde también por fuera. Tremenda calamidad para una mujer que en un tiempo lejano no fue verde.
Desde ese tiempo lejano hablaremos aquí. 

La mujer verde vivió en una región donde abundaba la verde flora; pero lo verde de la flora no tuvo relación con lo verde de la mujer. Tenia muchos familiares; en ninguno de ellos había una gota de verde. Su padre, y sobre todo su madre, tenían unos grandes ojos cafés. 

Ojos cafés que siempre vigilaron a la niña que algún día seria verde por fuera y por dentro verde. Ojos cafés cuando ella iba al baño, ojos cafés en sus dormitorio, ojos cafés en la escuela, ojos cafés en el parque y los paseos, y ojos cafés, en especial, cuando la niña hurgaba debajo de sus calzoncillos blancos de organdí. Ojos, ojos, ojos cafés en cualquier sitio.
Una tarde, mientras imaginaba que unos ojos cafés la perseguían, la niña se cayo del columpio y se raspo la rodilla. Se miro la herida y, entre escasas gotas de sangre, descubrió lo verde. 

No podía creerlo; así que, a propósito, se raspo la otra rodilla y de nueva cuenta lo verde. Se tallo un cachete y verde. Se lleno de raspones y verde y verde y nada mas que verde por dentro. Desde luego que, una vez en su casa, los ojos cafés, verdes de ira, la nalguearon sobre la piel que escondía lo verde.
Mas que asustarse, la niña verde entristeció. Y, años después, se puso a un mas triste cuando se percato del primer lunar verde sobre uno de sus muslos. El lunar comenzó a crecer hasta que fue un lunar del tamaño de la jovencita. Muchos dermatólogos lucharon contra lo verde y todos fracasaron. Lo verde venia de otro lado. Verde se quedaría y verde se quedo. Verde asistió a la preparatoria, verde a la universidad, verde iba al cine y a los restoranes, y verde lloraba todas las noches.
Una semana antes de sus graduación, se puso a reflexionar ”los muchachos no me quieren porque temen que les pegue mi verdosidad; además, dicen que nuestros hijos podrían salir de un verde muy sucio, o verdes del todo. Me saludan de lejos y me gritan: `adiós, señorita Green` y me provocan las mas tristes verdes lagrimas. Pero desde este día usare sandalias azul cielo, aunque se enojen los ojos café. Y no me importara que me digan señorita Green porque llevare en los pies un color muy bonito”
Y así, esa misma noche, la mujer verde empezó a pasear luciendo unas zapatillas azules que les recordaban el mar y las tardes de cielo limpio a quienes las miraba. Aunque dijo `un color muy bonito` un tanto cursi y verdemente, sin imaginar lo que implicaba calzarse unas sandalias azules, la suerte le cambio.

Cuando la mujer verde pasaba por los callejones mas aburridos, la gente pensaba en peces extraños y en sirenas atractivas; una inesperada imaginación desamodorraba las casas.
-Gracias, Mujer Verde- le gritaban a su paso
Si la mujer verde salía a dar la vuelta en la madrugada, aquellos que padecían insomnio llenaban sus cabezas con aleteos alegres y cantos de aves y vuelos en cielos donde la calma reposaba en el horizonte; luego, dormían soñando que una mujer azul les acariciaba el pelo.
Pronto, la fama de la mujer verdiazul corrió por la ciudad, y todos deseaban desaburrirse, o curarse el insomnio, o tener sueños fantásticos, o viajar al fondo del cielo azul.
Una tarde, mientras la mujer verde descansaba en su casa, tocaron a la puerta. Ella se arregló su verde cabello y abrió. En el quicio de la puerta se encontraba un hombre, un hombre violeta, violeta de pies a cabeza. Se miraron a los ojos. La mujer verde vio un dragón encantador. El hombre violeta vio una cascada de peces. El hombre violeta se acercó a la mujer verde y la mujer verde se acercó al hombre violeta. Entonces, un dragón violeta voló hacia la cascada y ahí se puso a jugar hasta que se dejo ir en la corriente de peces.


Luego, cerraron la puerta.


Guillermo Samperio