jueves, 26 de septiembre de 2019

HUÍDA AL BOSQUE

Una tarde, estaba sentada en una silla de mi recámara y poco a poco mi cuerpo se convirtió en espíritu. La transformación fue lenta y sabía lo qué me estaba sucediendo. Simplemente sabía... Primero fue la punta de los dedos de las manos y pies, después el cuerpo hasta llegar a la cabeza. Me invadían puntitos luminosos que brillaban de manera intermitente, a la vez que mi cuerpo se convertía en algo casi translúcido con tonos delicados y suaves. Era ingrávida y podía flotar... Al darme cuenta, feliz ¡me salí por la ventana! y me dejé llevar por el viento muy arriba, sobre las nubes. Crucé ciudades, campos y ríos. De repente el viento amainó, dejándome en un bosque de abetos y pinos. Para entonces era medianoche.

Sin dudarlo, decidí quedarme a vivir ahí. Me elaboré un vestido largo con agujas de oyamel muy fragantes de un verde intenso. Recogí musgo que crecía en abundancia encima de las piedras y me hice un abrigo verde claro; grueso, pero ligero. Para rematar, me hice una bufanda de un heno gris que colgaba de los árboles. ¡Mi atuendo vegetal era encantador y aromático! Una luciérnaga se posó en mi dedo anular y fue ¡el anillo más bello que podía haber imaginado!

Me senté, a mis anchas, sobre una rama altísima de un viejo pino y me recargué en su tronco rugoso. Sentí cómo mi cuerpo se reencontraba con seres vegetales y animales que siempre habían sido afines a mí. Vi el cielo con sus brillantes 
estrellas y me sentí libre.


EL AGUA NO ME DIJO NADA...

El agua no me dijo nada, ni tu nombre ni quien eras. Sólo que cruzabas un puente en la oscuridad con una lámpara de papel en tus manos. Protegías la flama de la vela porque si se extinguiera, lo mismo pasaría con tus anhelos. Estabas en mis sueños, presente como un mantra repetido mil veces, y desde ahí te miraba aunque sabía que tu lenguaje y tu tiempo eran diferentes a los míos.

Sobre el agua, flotaban las hojas de los lotos con algunas flores blancas. Sabes bien que soy una mujer a la que sus ensoñaciones le dan la vida. Te llamé tres veces con la mente, y el aire se llenó de música. Esa noche sentí cómo tu dedo índice tocaba mi frente desvelada.