sábado, 13 de agosto de 2016

No tengo ganas de verte. Era tan fácil y estuve en dos ocasiones durante días triste y paralizada. Con un revoltijo en el vientre y en la cabeza. Obsesionada. Con mucho dolor. Sí que era fácil. Estoy decepcionada, bien lo dijo Damariz. No quiero que esté en mi vida que sea capaz de perturbar mi paz. Nadie.

Cuando tomé la decisión sentí cómo mis pedazos se integraron de nuevo. Respiré de manera normal. Retorné a mi quietud. Todo lo que me rodeaba tomó forma otra vez. Por dentro grité: ¡No te quiero en mi vida! Y me imaginé tu llamada por teléfono para la próxima cita, en que muy sinceramente te respondería que estaba decidida a decirte que ya no se me antojaba verte. Sentí alivio otra vez.

No es orgullo. Está muy lejos de eso. Me perturbas. Pasan por mi cabeza imágenes de tu presencia en esta casa y no te quiero aquí. No más mensajes de mi parte porque verdaderamente no siento ganas de escribir nada ni de comunicarme contigo. Es necesario que esto muera para que yo siga viviendo. Tu tiempo se acabó.

No es cuestión de quererte o no. De eso no tengo ni idea. Es otro orden de cosas, importante para mi. Empiezo a borrarte o tal vez estos días de confusión, ya estaba comenzando a hacerlo. La balanza se inclinó por fin al lado que debía inclinarse. Que tus argumentos son razonables, lo son; pero me provocan una desolación y un vacío que no tenía antes. Te miro egoísta, insensible y atento prioritariamente a tus intereses. Utilitario tal vez. Cualquier calificativo da igual. Hasta tu figura la veo distinta, lo mismo que la expresión de tu cara. Estoy mejor sin ti. Y creo que no te tuve nunca y los momentos en que tal vez te tuve, se diluyen y desaparecen.