Se llama Comino. El 30 de agosto lo encontramos mi hija y yo en El Ajusco. Babeaba y estaba muy asustado. Olía muy mal. Lo envolvimos en mi chamarra. Cuarenta minutos de trayecto y él en mis brazos casi sin moverse. Era domingo y fue difícil encontrar al veterinario. En la casa, corté un calcetín para cobijarlo e intentamos alimentarlo. Después de varios intentos, comió. Después de dos horas lo dejamos internado y seís o siete días después lo recogí en mejores condiciones.
Todas las fotos dan cuenta de su tremenda desnutrición y cara de tristeza.
Decidí quedarme con él, lo que parece que causó que una de mis huéspedes se fuera. Quiero cuidarlo y que nos acompañemos. Está mejor, y de un kilo y fracción que pesaba, después de 22 días, pesa cuatro kilos y medio.