viernes, 25 de agosto de 2017

ANTONIO


Me quedé atónita cuando me pidieron que recogiera tu diagnóstico médico. Dos veces aparece la palabra "Altzheimer" y una vez la palabra "progresivo". Días después vi este querido conjunto habitacional en el que vivo, inundado de lodo y aguas negras a causa de las fallas técnicas de drenaje que nuestras incompetentes autoridades no previeron. No fui de las personas afectadas, pero ver bajo la lluvia esa llanura de un metro de agua puerca, me dejaron pasmada. Algo así sentí cuando tuve en las manos ese certificado con tu diagnóstico. Fuiste mi esposo y el padre de mi hija y jamás dude que fueras un hombre bueno. Eras de mal carácter y difícil para mantener una relación amorosa, siempre muy racional. Hay páginas y páginas en Google sobre tus investigaciones en sociología de Centroamérica, terminaste tu doctorado y siempre fuiste brillante en tu materia. ¿Dónde está tu mente ahora?, ¿en una especie de limbo? Tú nos protegiste: lejana o cercanamente, a mi madre ya muerta, a mi hija y a mi. Ya no podrás cuidar a tu nieto, ni seguir con tu trabajo académico. Nunca te dejé de querer, ya no en el plano amoroso, sino como si fueras un pariente muy cercano. No sé si ésto lo escribo para que me duela menos o tal vez porque soy una necia que quisiera que todo se quedara aquí escrito y mañana me diera cuenta de que se trató de una pesadilla. La violencia que reina en este país no te tocó, pero tu cerebro dijo "hasta aquí". Mi hija me dejó encargadas las veintidós cajas de libros que tuvo que sacar con prisa de tu cubículo de la universidad. Ella tiene que estar fuerte para tramitar el Juicio de Interdicción. Antonio, mi querido Antonio, te vas...  



Dina y Antonio, en Washington